Este es el modelo de historia de vida para trabajar en grados 3, 4 y 5.Recuerda que debes escribir la historia de vida con la ayuda de tus padres.
La caja de
cartón
Cuando nací, mamá me metió en una caja de cartón, una de esas cajas donde guardan sus zapatos quienes tienen zapatos.
Aquella caja era mi cuna, mi habitación, mi casa, las paredes que amortiguaban el llanto de mamá…
Pocas semanas después, mamá gastó todos sus ahorros, ompró un
billete para una embarcación que nos debía llevar a una tierra donde las niñas
no duermen en cajas ni las mamás lloran. Zarpamos de madrugada. El segundo día
nos sorprendió una tormenta.
El barco escoró, entró agua
por la cubierta y se fue a pique. Mamá nadó desesperadamente hacia la costa,
tirando de mi pequeña balsa de cartón. Sus paredes.
apenas me permitieron oír los gritos de quienes no sabían nadar. Llegamos a una playa
solitaria. Mamá y yo, nadie más.
La marea se llevó mi caja mar adentro. Ya nada silenciaba el
llanto de mamá. Vagamos durante varios días con la esperanza de encontrar una
cara conocida, algún compañero de nuestra malograda travesía. Dormíamos a cielo
abierto hasta que encontramos una enorme caja de cartón.
La caja se convirtió en nuestra cama, nuestra habitación,
nuestra casa, las paredes que cobijaban nuestro llanto. Comiendo raíces aprendimos que, estés donde
estés, el sabor de la tierra es siempre parecido. Yo no sé bien por qué, pero
eso nos reconfortaba. Cada noche recorríamos las basuras en busca de alguna
patata o algún tomate.
En una de aquellas salidas, mamá reconoció a una mujer que había
viajado en nuestro barco. Se abrazaron, lloraron, se preguntaron por los demás…
Y las dos
respondieron con un movimiento triste de cabeza. Aquella noche, nuestra nueva
amiga, Aihala,
trasladó su caja de cartón junto a la nuestra. Además de cobijar
nuestro llanto, ahora las cajas también hacían resonar nuestra risa. Parecía
imposible pero, a pesar de todo, no se nos había olvidado reír.
Pasaron varias lunas. Nuevas amigas se acercaron con sus cajas
de cartón. Juntas nos sentíamos seguras, incluso felices. Porque, como decía
mamá: Cuando las penas se comparten, las lágrimas son más pequeñas.
Alrededor de nuestra caja
había nacido un pueblo de
cartón, pobre pero alegre. Reíamos entre nosotras, y también
sonreíamos a los desconocidos. Algunos nos devolvían la sonrisa. Pero no todos
eran amables con nosotras.
Hasta hubo quien jugó con
fuego. Sucedió bien entrada la noche, una noche que jamás se borrará de mi
memoria. El fuego se extendió por el pueblo de cartón y todas las cajas
ardieron. Nada pudo silenciar nuestros gritos de dolor. Nunca volví a ver a mamá. A Aihala, tampoco.
Me llevaron a un orfanato, y
después quisieron que volviera a mi país; pero en mi país nadie sabía de mí y
aquí nadie parecía saber de mi país.
Finalmente me adoptaron y, al cabo de un tiempo, volví a
sonreír.
Parece imposible pero, a pesar de todo, no se me había olvidado
sonreír. Ahora soy feliz junto a mi nueva mamá. Yo la quiero y ella me quiere.
Me quiere tal como soy.
Vivo en una casa. Tengo mi habitación, mi cama,
mi armario… Y en el armario tengo una caja de cartón; una de esas cajas donde
guardamos los zapatos quienes tenemos zapatos.
Pero en mi caja no hay
zapatos, sino recuerdos. Porque no quiero olvidar. No quiero olvidar el llanto
de mamá… … y tampoco su sonrisa.
Caja
de cartón Pontevedra: OQO, 2010
Tomado de http://www.encuentos.com/historias-cortas/caja-de-carton/